POR: Eika Farías
Hoy, como cada 30 de abril, se llenan los discursos de sonrisas prestadas, de globos que no tapan las balas, y de festivales que pretenden cubrir con música el eco de los disparos. En Michoacán, la infancia no juega: sobrevive. Y no lo digo desde la distancia, lo digo desde las trincheras, desde las montañas donde caminé con Hipólito Mora —hoy asesinado— y con el doctor Míreles, con quien compartí no sólo el dolor, sino también la esperanza de un estado libre de violencia.
Los niños en Tierra Caliente no conocen los columpios, pero sí saben diferenciar entre el zumbido de un dron y el estallido de una mina.
Las iGavias —esas nuevas generaciones— están creciendo entre barricadas y lutos, entre desplazamientos forzados y ausencias que no se explican en cuentos. No es un juego cuando los pequeños aprenden a tirarse al suelo al oír una ráfaga. No es infancia cuando su primer dibujo es un rifle o una cruz.
Hoy, desde este lugar que aún huele a pólvora y abandono, me pregunto: ¿hasta cuándo los gobiernos dejarán de ver el dolor de las comunidades como simple estadística? ¿Hasta cuándo los conflictos reales de los ciudadanos, los gritos que brotan desde Aguililla, Buenavista, La Ruana, Coalcomán, Tepalcatepec, la meseta purépecha o ciudades cuándo serán prioridad y no solo ruido incómodo para el aparato político?.
La violencia en Michoacán no es sólo crimen organizado : es política. Es la omisión del Estado, es la complicidad de quienes debieron proteger y hoy administran el terror. Y mientras tanto, ¿qué clase de humanidad permite que sus niños crezcan entre sangre y miedo?.
Hablo como mujer, como activista y como parte de un pueblo que se cansó de esperar justicia y decidió construirla con sus manos. Hoy, no quiero más promesas vacías ni festivales institucionales. Exijo —y exigimos— medidas urgentes, respuestas inmediatas, protección real. No para mañana, sino hoy. Porque cada día que pasa, se pierde otra infancia. Y cada infancia perdida, es un futuro enterrado antes de tiempo, mientras nuestros hijos acuden a la escuela esquivando balas los de la clase política que dirigen el país los envían a los suyos a estudiar al extranjero. Ya basta de usar el Día del Niño como cortina de humo. En Michoacán, no queremos dulces. Queremos paz. Queremos justicia. Queremos vida.
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