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Mensaje de año nuevo del Arzobispo de Morelia, Carlos Garfias Merlos | LibrExpresión

Mensaje de año nuevo del Arzobispo de Morelia, Carlos Garfias Merlos

Mensaje de año nuevo del Arzobispo de Morelia, Carlos Garfias Merlos

Al inicio del Año Nuevo 2021, les deseo a todos que el Niño Jesús, nacido en Belén, llene su corazón de alegría, fraternidad, justicia, amor y paz. Iniciemos este Año Nuevo con el propósito de ser constructores de paz en medio de nuestro mundo, de nuestra sociedad y de nuestras comunidades a pesar de la crisis sanitaria de COVID-19. Atendamos el llamado que nos hace el papa Francisco en su Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 2021: La cultura del cuidado como camino de paz: cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día. La Sagrada Escritura presenta a Dios no sólo como Creador, sino también como Aquel que cuida de sus criaturas, especialmente de Adán, de Eva y de sus hijos. El mismo Caín, aunque cayera sobre él el peso de la maldición por el crimen que cometió, recibió como don del Creador una señal de protección para que su vida fuera salvaguardada (cf. Gn 4,15). Este hecho, si bien confirma la dignidad inviolable de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, también manifiesta el plan divino de preservar la armonía de la creación, porque «la paz y la violencia no pueden habitar juntas».

La vida y el ministerio de Jesús encarnan el punto culminante de la revelación del amor del Padre por la humanidad (cf. Jn 3,16). En la sinagoga de Nazaret, Jesús se manifestó como Aquel a quien el Señor ungió «para anunciar la buena noticia a los pobres, enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dejar en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18). Estas acciones mesiánicas, típicas de los jubileos, constituyen el testimonio más elocuente de la misión que le confió el Padre. En su compasión, Cristo se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Jesús era el Buen Pastor que cuidaba de las ovejas (cf. Jn 10,11-18; Ez 34,1-31); era el Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre herido, vendaba sus heridas y se ocupaba de él (cf. Lc 10,30-37).

En la cúspide de su misión, Jesús selló su cuidado hacia nosotros ofreciéndose a sí mismo en la cruz y liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte. Así, con el don de su vida y su sacrificio, nos abrió el camino del amor y dice a cada uno: “Sígueme y haz lo mismo” (cf. Lc 10,37). Para nosotros, las obras de misericordia espirituales y corporales constituyen el núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva. Los cristianos de la primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad. (cf. Hch 4,34-35) y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles.

 Así, se hizo costumbre realizar ofrendas voluntarias para dar de comer a los pobres, enterrar a los muertos y sustentar a los huérfanos, a los ancianos y a las víctimas de desastres, como los náufragos. Y cuando, en períodos posteriores, la generosidad de los cristianos perdió un poco de dinamismo, algunos Padres de la Iglesia insistieron en que la propiedad es querida por Dios para el bien común. * El cuidado como promoción de la dignidad y de los derechos de la persona. El concepto de persona, nacido y madurado en el cristianismo ayuda a implementar un desarrollo plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, el respeto a la dignidad única e inviolable y no la explotación. Cada persona humana es un fin en sí misma, no puede ser un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, además ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la misma dignidad. De esta dignidad derivan los derechos humanos, así como los deberes, que recuerdan, por ejemplo, la responsabilidad de acoger y ayudar a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cada uno de nuestros «prójimos, cercanos o lejanos en el tiempo o en el espacio».

 * El cuidado del bien común. Cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio del bien común, es decir del conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección. Por lo tanto, nuestros planes y esfuerzos tendrán en cuenta sus efectos sobre toda la familia humana, sopesando las consecuencias para el momento presente y para las generaciones futuras.

 La pandemia de Covid-19 nos muestra cuán cierto y actual es esto, puesto que «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos», porque «nadie se salva solo» y ningún Estado nacional aislado puede asegurar el bien común de la propia población. * El cuidado mediante la solidaridad. La solidaridad expresa concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino como determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, dar al otro a fondo perdido, dar todo lo que esté al alcance por el bien de todos y cada uno, para que lograr que cada quien seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad nos ayuda a ver acomo una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida al que todos estamos invitados igualmente por Dios.

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