POR: Efraín Barrera Medrano
No me obligaron; fui por mi voluntad a presenciar una de las marchas más colosales que se tenga memoria en las últimas décadas y también, porque no decirlo, para apoyar al presidente más grande que se conozca en lo que va del siglo XXI (que comparado con sus 3 antecesores es un gigante)
Lo que vivimos en el corazón de la Ciudad de México este domingo 27 de noviembre fue una verbena popular, y evidentemente, un abrumador respaldo social en un tsunami humano (oficialmente se manejan 1,200.000 personas), que inicio en alameda central, camino por reforma y desemboco en el Zócalo, que, por cierto, fue insuficiente y miles, ya cansados y hambrientos, se conformaron con ver el informe a través de pantallas gigantes ubicadas en algunas calles aledañas.
Tiene razón la derecha cuando asegura que la marcha del gobierno nace a partir de su contrastante manifestación del día 13; cuando por primera vez en 4 años logro articularse y movilizar un contingente relativamente importante en contra del proyecto de la 4T. No reconoce, sin embrago, que la decisión del presidente de adicionar una marcha a un evento republicano de rendición de cuentas, es más justificable legal y moralmente que la que organizaron ellos en su contra, donde emergió el clasismo y racismo simplemente para denostarlo, utilizando como carnada el trastupije de que “el INE no se toca”. La mayoría de los participantes en esa marcha no conocían la propuesta de la reforma electoral ni los avances de las negociaciones entre MORENA y los mismos partidos políticos que la organizaron; algo que no les dicen, y, por el contrario, solo vimos ignorancia, odio y dolor.
En efecto, le picaron el orgullo al presidente, saliendo a las calles a retarlo desde donde se encuentran las raíces más profundas de su formación política, y, se manufactura el principal suministro con que se alimenta el espíritu ideológico a la 4T: las colonias, los barrios y las plazas públicas. Ya se dieron cuenta que Andrés Manuel es todo terreno y no está dispuesto a ceder un centímetro del territorio que conquisto a lo largo de más de 20 años de lucha callejera pero también justa y lo más importante: pacifica.
El amor popular por AMLO no surge por generación espontanea ni por una circunstancia política de coyuntura; puso su embrión el día que llenó el Zócalo en su cierre de campaña el año 2000, cuando contendía por la jefatura de gobierno en la Ciudad de México, y a partir de ahí, lo ha llenado cualquier cantidad de veces; pero se anidó para siempre, desde aquel gran discurso que pronunció el 2006 en la cámara de diputados, cuando Vicente FOX, mediante el uso faccioso de las instituciones de justicia, pretendió desaforarlo sin éxito.
El liderazgo del presidente se ha fortalecido de manera sistemática a lo largo de los años, porque ha sido un luchador social desde la década de los 90s, con la particular diferencia que antes encabezaba protestas sociales desde la oposición y ahora irónicamente desde el gobierno que el mismo encabeza ; ni duda cabe que el pueblo lo ve como su presidente pero también como su líder ideológico. Además de cargar con la investidura presidencial, AMLO ha logrado sorprendentemente convertirse en el vocero del México profundo, lo que ha evitado los signos de desgaste político que a estas alturas cualquier presidente ya hubiera registrado; algo que a la oposición la trae confundida y simplemente no logra descifrar.
A los oligarcas les cuesta trabajo reconocer que mientras ellos se atascaban en el presupuesto público, invirtiendo nuestros impuestos en paraísos fiscales para su beneficio, los mexicanos de abajo nos preparamos para sustituirlos en el poder, no dan crédito que un indio pata rajada, como peyorativamente le llamaron en su marcha al presidente, los derrote en todo y este gobernando con tanto éxito, apoyo popular, firmeza y sabiduría.
Aunque los intelectuales orgánicos y los sicarios de la comunicación se obstinen en esgrimir acarreos o coacciones, el presidente los tiene rodeados y contra la pared; quienes hemos tenido la oportunidad de viajar a países de nuestro continente, sabemos que eso sucede en todos los partidos de cualquier parte y de cualquier tendencia ideológica, debiera ser, por lo tanto, un debate superado (todos requerimos movernos en cualquier actividad privada, política o laboral) la oposición lo sabe, lo practica y lo justifica, pero lo critica fervientemente si cree que otros lo hacen (mira la paja en el ojo ajeno)
El descalificar la marcha que encabezo el presidente y otorgarle un valor político superior a la organizada por Claudio X Gonzalez, es como levantarle la mano a un boxeador que yace noqueado sobre la lona.
El Presidente de la República recorrió México varias veces y aprendió en el campo y caminos polvosos a entender los problemas de la gente; a comer como ellos; a pensar como ellos y hablar con su mismo lenguaje. Estas herramientas políticas lo hacen invencible en su territorio, por eso, con algo de sorna, conminaba a los organizadores de la marcha fifí a que llegaran al Zócalo a sabiendas que su convocatoria no les alcanzaría para ello, él sabe que para construir un liderazgo de su catadura se requieren años de trabajo en campo para aprender a comunicarse con el pueblo y convencerlo de su causa, algo que por el momento está más que descartado. No cabe duda que la oposición no sabe cómo y escoge los peores lugares para enfrentarlo.
Además de mostrar el tonificado músculo de MORENA, la marcha, sin decirlo, fue un arranque para el relevo presidencial y fue un indicador que midió también, la temperatura política del Estado de México y la CDMX, que fue de donde asistió el 80% de los marchantes, lo que podría ser el preludio de una estrepitosa derrota del PRIANRD en el estado más poblado del país el 2023, que los dejará conmocionados y sin ninguna oportunidad para el 2024.
Leave a Reply